Votar o no votar, esa no es la cuestión

La catástrofe lleva tiempo: años, décadas, siglos, milenios. Un día, un voto, una abstención, un presidente no va a cambiar lo que somos, hacemos y sentimos los otros 1459 días donde no se vota. Quien quiera votar, que vote, y quien no quiera, que no lo haga, pero hagamos lo que hagamos, hagámoslo con decisión y respetémoslo.

Quien sienta que la coyuntura demanda el voto a Massa, que vote, quien sienta la repulsión en las entrañas y decida sostener la ética ingobernable de desertar de los lugares de poder a los cuales nos empuja la Máquina, que lo haga. Ambas posturas son válidas, no permitamos que las polarizaciones espectaculares generen mayores divisiones, no convirtamos a la anarquía en un dogma petrificado.

Solamente existe una certeza y es que, gane quien gane, el saqueo continuará. Sea con retórica liberal misógina y genocida o con perspectiva de género y extractivismo responsable, el ajuste, el despojo, la explotación, las desapariciones, los gatillos fáciles, los desalojos, la pobreza se profundizarán. Gane quien gane, será preciso redoblar y fortalecer el apoyo mutuo, la autodefensa y la movilización callejera.

A despecho de progresistas y reformistas, seguimos sosteniendo que la democracia es la continuación de la dictadura por otros medios. El fascismo, el terrorismo de Estado, son parte integrante de este sistema, nunca desaparecen, solamente se agazapan y vuelven a saltar en los momentos necesarios.

Las experiencias pasadas nos demuestran que al fascismo se lo combate en las calles y no en las urnas. Es más, han sido las urnas las que han permitido el ascenso de Hitler, por ejemplo, al poder. En el caso de Milei, su ascenso está siendo democráticamente respaldado, las masas en la democracia desean el fascismo en sus distintas variantes. Alguien sugirió “Hagan un partido y ganen las elecciones”. Así lo hicieron y está por verse cómo resulta finalmente. 20 años de progresismo institucional nos han oxidado y alejado de las calles en donde realmente se juega la partida.

Es preciso recordar que la Argentina ha tenido 8 intentos de golpe de Estado, 6 de ellos efectivos. Desde el regreso a la democracia, ningún gobierno ha abierto los archivos de la última dictadura militar, así como tampoco se han derogado las 417 leyes que fueron sancionadas, aprobadas y aplicadas durante el Proceso de Reorganización Nacional, así como también se sigue negando que la desaparición de luchadores sociales comienza en plena democracia en 1973 con Perón y la Triple A. Nos seguimos preguntando ¿Dónde está Julio López? Desaparecido dos veces: la primera en dictadura, la segunda en democracia. Seguimos preguntando ¿Dónde está Tehuel?

Votar o no votar, esa no es la cuestión. La cuestión es continuar sosteniendo la pregunta de si queremos seguir viviendo en un mundo que constantemente nos invita a la polarización binarista, colocándonos entre la espada y la pared, entre supuestos héroes y villanos entre los cuales solamente podemos elegir a uno o al otro.

Como sabemos, la vida está en otro lado.

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